martes, 4 de agosto de 2009

Un Cuento Que No Viene A Nada III



Cuando Jorge regreso a la ciudad intensificó sus amores furtivos. Cuando necesitaba amor siempre había alguien dispuesta a dárselo. Se acostumbro a los amores de una sola noche y a los amores de una tarde que experimento en el colegio.

Fue en busca en uno de esos amores que regreso una tarde por su viejo barrio, llevaba casi 3 años en la ciudad y siempre se había mantenido lejos de aquella parte, no quería recordarla aunque la amaba.

Cuando se entero que Alicia vivía por su antiguo barrio no dudo en irla a buscar, en hacerle una rápida visita a su casa, pero en esa ocasión no fue en busca de amor si no de un paseo tranquilo.

Cuando volvió a su viejo barrio nada había cambiado, seguían siendo las mismas calles con algunas casas nuevas y otras pintadas. Aunque fue hace mucho tiempo que piso aquellas calles se sorprendió de que aun las conociera bien, y aprovechando esa ventaja camino junto a Alicia hasta la casa de su amiga de antaño.

Llegaron a la casa y como sospecho no había cambiado en nada, seguía del mismo color, con las mismas ventanas de madera pero supuso que ella no seguiría viviendo ahí, quizás se abría mudado y otra familia estaría ocupando aquella casa.

Hubo una época en que el la buscaba disimuladamente entre la multitud, pero como todo cambia lo único que le parecía permanente eran sus ojos. Siempre busco esa mirada complicada, de color esmeralda y miel. Encontró muchos ojos parecidos, pero no se parecían a ella, ella era única.

Cuando supo que Beatriz lo buscaba sabía que era para una fiesta. En esa ocasión no le pareció ir, no tenía ganas, pero le comentaron que Helen iría también. Los planes cambiaron.

Ella fue otro de sus amores escondidos, un poco más difícil y con ella nunca llego a nada, pero tenía la impresión de que si asistía a la fiesta algo bueno resultaría.

Cuando llego al lugar de la fiesta encendió un cigarrillo y entro fumando a la casa. Saludo a los pocos que conocía porque en cada fiesta nueva siempre había más caras nuevas que viejas. Era su costumbre no bailar y no era porque no supiera si no que cría que el contacto visual habla más que el movimiento.

Como un puñetazo en el corazón encontró los ojos que tanto había buscado, que tanto había amado. Se encontraba también en el otro extremo de la habitación, su cabello rizado color miel ahora era liso, sus cachetes un poco inflados y su cuerpo denotaba una ligera subida de peso, pero aun así se enamoro irremediablemente otra vez.

A esa altura de la vida Jorge era más atrevido y se acerco a ella y le dijo “me he enamorado una sola vez de una mujer en mi vida y esa eres tú”

Continuara