martes, 14 de junio de 2011

La Diosa Coronada VII

Fueron dos meses de mierda. El Poeta se resignó a olvidarse de la Diosa Coronada. Se dio al olvido y es que no podía dejar de pensarla. Fueron dos meses en los cuales despertaba con la presencia de ella a su lado, con su aroma inconfundible. El Poeta había dejado de soñar para visitarla en las noches largas. Aunque la Diosa Coronada no lo quería perder de su lado, tampoco lo quería tener cerca, pero el Poeta estaba más cerca de lo que ella imaginaba. Siempre se encontraban con los amigos en común o se veían en las viejas calles de la ciudad.

Eran momentos incómodos. La Diosa quería hablar pero el Poeta ya no la miraba con los mismos ojos, había cambiado. En realidad no había cambiado tanto como él pensaba. Solo hizo lo que solía hacer con otras mujeres, cambiaba su mirada y sin dolor alguno las olvidaba de su memoria, y de la memoria del corazón. Pero esto le costó mucho más de lo que él pensaba. Le dolía olvidarla y cuando más intentaba más la recordaba. Todo era ella. Hubo un tiempo en donde la veía en lugares donde no podía estar. El Poeta la veía en la cocina de su casa, cocinando, tal como un día lo hicieron, la veía en la mesa, a su lado, comiendo y conversando y riendo, también la vio en el espejo de su cuarto, donde su reflejo se impregnó como se impregnó por mucho tiempo, era una mancha en el espejo que no se limpiaba con nada. La veía reflejada mientras se peinaba su largo cabello, a veces, según el capricho de ella y de la ocasión se ponía sombras y pintaba su rostro con los matices más delicados para no ocultar el color de su piel. Una vez la encontró recostada en su cuarto, dormida, con una desnudez total, tal como aquellas tardes olvidadas.

Así pasó dos meses. Viviendo con los recuerdos perdidos. A veces la olvidaba pero no se demoraba en encontrarla en cualquier cosa. Empezó a vivir con ello y terminó por ser un recuerdo más. De igual manera los amigos en común ya no la nombraban en las conversaciones para evitar traerla de la memoria. Ellos sabían cuanto pesar había en el corazón del Poeta y lo sabían más cuando las botellas de algún licor barato se consumían en su nombre. La Diosa Coronada lo había visto borracho en aquellos bares donde se reunían los colegas, donde la cerveza se convertía en el líquido vital y los recuerdos se esfumaban por unas horas de locura. Y en esas borracheras fue donde la poesía del Poeta se volvía más cruda. Escribía entre líneas y escribía para él y no para ella. Quería encontrarla y quería olvidarla y terminaba odiándola y después odiándose a él mismo y por último terminaba queriéndola de nuevo, no podía borrarla.

Los meses de junio y julio abandonaron el dolor. Agosto se acercaba más esperanzador. Los bares habían desaparecido de a poco de la vida del Poeta. Se sentía con ganas de sobrevivir al olvido y seguir su vida de cazador furtivo. No le fue fácil. Aquellos amores que había dejado atrás ahora lo habían dejado a él. Ellas habían hecho una vida aparte y hace mucho tiempo que dejaron de esperar al Poeta. Ellas lo borraron a él. Pero no le importaron, mejor se alegró por ellas como se alegraba por él. Había salido de ese espacio opacado por la presencia de la Diosa Coronada pero le preocupaba una cosa. Muy pronto se tendrían que ver, en cualquier ocasión y el Poeta estaba seguro que sus sentimientos por ella estaban enterrado, y la Diosa Coronada también sentía lo mismo, para ella el amor y el tiempo que había compartido con el poeta era solo eso, tiempo pasado, nada más.

El primer miércoles de octubre sonó el teléfono del Poeta. Era un número nuevo. Al otro lado de la línea no se escuchaba nada hasta después de un momento. Aquella risa y aquella voz tan única resonaron en el cuerpo del Poeta. Era la Diosa Coronada. Después de cuatro meses de ausencia, había regresado.


Continuará