sábado, 18 de junio de 2011

La Diosa Coronada VIII

Hablaron por un largo tiempo, aunque el Poeta por su parte estaba un poco serio. Él había resuelto hace mucho tiempo olvidarla y cuando lo había conseguido ella se tomó la modestia de aparecer otra vez, y trajo con ella los recuerdos ocultos. Quedaron en encontrarse el viernes de esa misma semana. El Poeta no sabía cómo actuar. En su interior quería ser lo más frio posible. Quería demostrarle que ella ya no era importante para él, que el pasado había sido borrado y que estaba preparado para la vida, una vida sin ella. Cuando el Poeta la vio el corazón se le dio la vuelta. Ya casi había olvidado aquella hermosura, aquellas mejillas estrelladas y su sonrisa infinita. La Diosa Coronada por su lado, no demostraba indiferencia, simplemente hizo de cuenta que el tiempo perdido podía ser recuperado en aquella tarde y que los estragos de los últimos cuatro meses tenían un motivo muy diferente que no les involucraba a ellos, ella también tenía un fantasma en su vida.

Al principio hablaron como si fueran desconocidos. Después profundizaron en las conversaciones que solían tener meses atrás y cuando el Poeta se dio cuenta la Diosa Coronada había tomado su mano. El Poeta instintivamente la quitó y le dijo que no era necesario que haga eso. Ella lo intentó otra vez mas tarde, pero recibió la misma respuesta y así lo hizo unas cuantas veces hasta que se dio cuenta que no tenía caso intentarlo, aquel hombre ya no era el mismo, era más frio y calculador. Aquel era el plan del Poeta y estaba decidido, aquella tarde no pasaría nada y esperaba que nunca más se volvieran a dar aquellos sentimientos, y en aquellos meses se encargó de construir su barrera, una barrera de sentimientos fríos, como los que solía tener con otras, pero la Diosa se encargó de derribarlos poco a poco mientras intentaba tomarlo de la mano. Quizás fue un reflejo del corazón, el Poeta extendió su mano y se sorprendió al encontrar la mano de la Diosa esperándolo y cuando quiso darse cuenta ya se encontraban abrazados y el aroma de la Diosa Coronada ya lo había embriagado y llevado de regreso a las tardes de calor, a los besos sin fin, a todo.

Volvieron a los besos. Se besaron con inocencia y después con pasión, como queriendo desquitar el tiempo perdido. Querían reconquistarse el uno al otro, o por lo menos el Poeta la quería reconquistar y la Diosa se sintió conquistada pues, aquel hombre, había cambiado, era diferente, se sentía más seguro, más resuelto y todo esto era porque el Poeta en esos cuatro meses había cambiado todo. Y quizás lo cambio todo para ella, por si un día regresaba. Quería estar preparado.

Se hizo de tarde. El Poeta acompañó a la Diosa Coronada a su casa, se despidieron con un beso que no explicaba nada, quizás sería el último, pero de regreso a su casa el Poeta quiso ocultar los sentimientos que se encontraron aquel día y se dio cuenta de que la quería, aun después de todo, se acordó de la promesa de nunca dejarla sola y se sintió un poco mal cuando recordó que aquella misma tarde ella quería tener su mano y él la soltó. Tampoco quería que aquel beso de despedida sea el último, quería más besos y quería que los besos de ella solo fueran para él.

A la siguiente semana se volvieron a encontrar, como en los viejos tiempos. Retomaron otra vez los besos y los abrazos y aquella confianza perdida y cada uno dio por entendido que cualquier cosa del pasado había sido borrado por la razón del perdón. El resto de la semana la pasaron como antes, con amor, o con algo parecido.

Pero la Diosa Coronada volvió a la frialdad de meses atrás. Ya no quería besarlo, no quería abrazarlo y si el Poeta tenía esperanzas de volver a formar una relación con la Diosa coronada, ella se encargó de esfumarlas y se encargó de llevar al Poeta a la soledad de los bares. Y fue un viernes de embriaguez que el Poeta no aguantó las palabras, ni las ganas, nada. Fue en dirección de la casa de la Diosa Coronada. Cuando ella salió a recibirlo, más que por cortesía que por ganas, lo encontró desamparado. Quería consolarlo con aquellos besos que en más de una ocasión despertaron al Poeta del ensueño, pero el Poeta no le permitió dárselos. Por primera vez le dijo aquellas cosas que alguna vez se calló. Le replico su falta de confianza con él y le explicó que ella se había convertido en la única mujer que quería, pero a la vez se sentía utilizado, que ella solo lo buscaba en los momentos de soledad, como un juguete. Y le dijo que si ella quería volver a la vida de él sería para algo serio porque si lo que quería era estar en un ir y venir del carajo como los meses anteriores que mejor se olvide de él, que él en los últimos meses estaba mejor solo.

Quizás, por primera vez la Diosa Coronada sintió aquel miedo de perderlo. Nunca lo había escuchado hablar con aquella determinación. Lo sentía capaz de todo y por un momento no pudo negarse, quería darse una oportunidad con el Poeta y se lo hizo saber con un beso distinto.

Fue un 22 de octubre cuando su relación se formalizó, pero también llegó a ser una fecha que el Poeta recordaría por algún tiempo, como un presagio.