martes, 1 de diciembre de 2009

Jueves veintiséis de noviembre




El jueves veintiséis de noviembre empezó su desgracia. Cuando se beso con Fernanda y por un beso robado al destino Santiago se dio cuenta que después de probar aquellos sabrosos labios no podría vivir sin ellos. Se enamoró de una manera casi automática y aunque la tarde transcurría lenta cuando besaba a Fernanda el tiempo volaba sin prisa alguna. En realidad su desgracia empezó antes de aquella tarde, empezó cuando la vio a ella. Fernanda era del tipo de mujeres que querían hacer un cambio social estudiando medicina y también era del tipo de mujeres que hacían un cambio sentimental en los hombres cuando su mirada de ternura inquebrantable se plantaba en los ojos solitarios de los hombres. Fue así que Santiago quedo perdido en esa mirada que después buscaría en las sombras de otros rostros. Le parecía mentira cuando la estaba besando y cuando volvió a abrir los ojos se encontraba otra vez en su habitación y aunque fueron pocas las cervezas que bebieron confirmo que se embriago con sus besos. Aun no sabía porque, pero ella, tan diferente a las demás, tan única, le había envuelto en una ilusión. Santiago lo había pensado mucho, se interrogaba a si mismo e incluso descarto la idea de la ilusión pues supuso que la ilusión se le habría ido después de las vacaciones, cuando dejo de verla.

El cuadro dramático a estas alturas era impresionante y había hecho lo que no debía haber hecho aquella tarde. Como un instinto del alma, se le declaro con el más puro amor que le quedaba y es que Fernanda no necesitaba amor y en cambio Santiago necesitaba darlo, se estaba pudriendo de amor por dentro, y era por ella.

El no rotundo resbalo por su estómago y lo mató en una explosión de dolor agudo acompañado de unas cuantas mariposas. Insistió y Fernanda se negaba, pero Santiago con toda la confianza del mundo le dijo al oído “no miremos al futuro, miremos al presente”. La regreso a mirar y ella movió la cabeza con tal énfasis que Santiago la malinterpreto y para tener un bonito final la beso. Fue ahí que perdió la noción del tiempo hasta que apareció en su habitación. No sabía si llamarla o verla mañana y hablar cara a cara y decirle que de cierta forma, ella y sus besos le habían hecho un hombre verdaderamente feliz “llenó mis espacios en blanco” solía decir mientras pensaba en Fernanda.

Por algún instinto natural y es que más sabe el diablo por viejo que por diablo, dudaba de la palabra de Fernanda. Hablo con Fernanda y ella le dijo que aquella tarde fue muy hermosa, pero aun así solo eran amigos “aquella tarde fue hermosa, pero todo queda ahí, nunca más probarás mis besos mi vida”. Lo mató, y aunque meterle un tiro era lo mejor, ella lo mató de amor y entonces quedo claro en la mente de Santiago que la medicina lo puede curar todo y siempre encontrarán una cura para todo, pero lo único que mata es el amor.

Su vida cambio en esa noche y el único consuelo que encontró fue el alcohol, la cerveza y el tabaco. Se echo a perder. Descuido el poco interés de la vida que tenia y las ilusiones de viajar por su tierra se vieron aplazados para siempre. Fernanda lo veía desde lo alto del edificio de la universidad y no sentía lastima por Santiago y a la medida que pasaba el tiempo olvidó que un jueves veintiséis de octubre Fernanda lo mató con un no.

El en cambio nunca la olvidaba, siempre la recordaba. Las canciones le recordaban su voz, las sonrisas de otras le recordaban los cachetes de Fernanda y no volvió a probar unos labios tan sabrosos como los de ella “yo he besado a un ángel” dijo en cierta ocasión cuando Santiago se encontraba en el mismo bar de hace dos años. La vio de espaldas, con su mismo cabello, con su cintillo rosado y con la picardía en su sonrisa. “Carajo, como pasa el tiempo y ella aun no muere”. La espalda de Fernanda se desvaneció en la penumbra del bar. Más que una costumbre, un ritual, Santiago salía del bar a las ocho de la noche para dirigirse a su casa. Cogía el bus, se bajaba en la parada que sus pies ya conocían y con la mirada perdida y desamparada recorría las pocas calles para llegar. Sus amigos solían decir que la mirada de Santiago era la de un conquistador, pero que, desde un jueves se perdió en la penumbra, alguien mató el brillo de su alma.

Cuando la costumbre de tomar se le había hecho un poco más que costumbre que se transformo en vicio Santiago empezó a temer porque se dio cuenta que su amor no tenía nada que ver con la bebida. En todo caso se dio cuenta que la bebida aumentaba su amor perdido por Fernanda y decidió acabar con esos dos vicios.

En una noche del sábado, cuando llegaba a su casa de un partido de fútbol, Santiago sentía una brisa no común de la noche. Era más fría, diáfana al tacto con su piel y en el asfalto se podía apreciar la sombra sin fin de alguien. Regresó a ver con la curiosidad de un niño asustado. Solo pudo ver aquellos ojos que tanto amo, que tanto buscaba en la bebida y que no lograba encontrar. La encontró a ella plasmada en otro cuerpo y aunque su diferencia era muy notable, Santiago dio por hecho que Fernanda, en un desdoblamiento, lo visitó aquella noche. Durmió tranquilo, sereno, soñó y en el sueño soñó con Fernanda. Fernanda lo llamaba a una habitación blanca “ven, sígueme, vos y yo seremos inmortales al tiempo”. Su frase alentaba el corazón sin sangre de Santiago y este, levitando la siguió en el confundido mundo del sueño. No regreso y no abrió los ojos, pero su sonrisa nunca fue más natural, murió alegre.

Fernanda había muerto aquella tarde. Nadie sabe porque, pero su amiga, Carla una vez la escucho comentar que estaba muy triste y que aunque se dio cuenta muy tarde el hombre que amaba ya no era el mismo “ahora es un borracho y todo por mi culpa”. Estuvo en un error prolongado por mucho tiempo, Santiago había dejado de beber hace mucho tiempo, pero Fernanda, encaprichada con su desdicha solía decir que por lo menos así se sentía humana.

Cuando Santiago atravesó la habitación con Fernanda se encontró en una playa vacía, con un sol opaco que tenia pereza de dar luz, las olas también eran inmóviles y de cierta manera el paisaje le recordó a la soledad que sustentaba su alma desde aquel jueves veintiséis de noviembre.

Tranquilo mi amor –dijo Fernanda – aquí solo estamos los dos, seremos felices y si no, cada uno se volverá a morir en su soledad. Aquí tenemos de largo, pero, démosle chance al amor.

Se miraron y como aquella tarde, Santiago apaciguo aquel momento con un beso tan eterno y con tanto amor guardado que aquella playa muerta revivió. Fernanda recibió todo el amor de Santiago y Santiago dio todo su amor. Se amaron para siempre. Carajo- dijo Santiago – que ricos labios.