jueves, 26 de mayo de 2011

La Diosa Coronada V

El sábado trece de febrero la Diosa recibió un correo de su novio. Era una carta amarga en donde él le contaba que había sucumbido a los placeres de otro amor, de otra mujer y que no se merecía estar con ella.

Cuando el Poeta se enteró de aquella carta pensaba que la vida se le arregló por completo, que al fin estaría con aquella hermosa mujer que le robaba el sueño. Por fin podría tomarla de la mano delante de su hermano y de su padre. Recibir aquel puesto que le era negado por la sombra de él. Pero no pasó lo que tenía que pasar, o por lo menos lo que el Poeta hubiera querido que pase. La Diosa Coronada se perdió para todos. Haber sido engañada era lo peor que le pudo haber pasado. Se sintió tan poca cosa, se sintió una mujer desvalorada. Y por último perdió en su propio juego. No se olvidaba que ella había engañado primero y que quizás había engañado por amor, pero ella quería ponerle el punto final a la relación con su novio. Ella quería llevarse aquella victoria pero por esperar le ganaron.

Pero algo cambio en la Diosa. Ya no confiaba en los hombres, ya no confiaba en nadie y ya no confiaba en el Poeta. Estudio sus pequeños silencios, su mirada, su comportamiento y le sembró la duda de la infidelidad por parte de él. Volvió a alejarse del Poeta. No quería enamorarse de él y no quería verlo marchar a los brazos de otra. Lo había empezado a querer para ella.

Fue un mes difícil para ambos. Eran separaciones constantes, reencuentros de película y una confusión de sentimientos por parte de los dos. El Poeta aparte de querer estar con ella también quería alejarse, quería volver a jugar al amor con otras, no quería caer más profundo en las garras del amor. La oportunidad se le presentó cuando recibió la noticia de que podía estudiar fuera de la ciudad.

Era una oportunidad única, pero el Poeta la pensó mil veces. No podía concebir vivir en otro lugar, no quería dejar su casa, su familia, sus amigos, no quería dejarla a ella. Se imaginó como sería vivir en otro lado y encontró un misterioso recuerdo a soledad. Cuando se lo comentó a la Diosa Coronada se puso mal. Por aquellas mejillas resbalaron lágrimas de tristeza. Pensó que se iba y aunque el Poeta le dijo que era una posibilidad ella lo daba por hecho. Era una tarde de sol y los dos se vieron sentados, llorando, imaginándose la vida sin el otro, tomándose de la mano como si fuera la última vez y besándose para siempre. El Poeta no pudo soportar verla llorar, y menos por él. No quería hacerle derramar aquellas lágrimas e hizo un juramento interno, uno que nunca se lo dijo a nadie y del cual ella nunca supo. Juro que mientras el viva iba a estar al lado de ella, no importa que pasara, si se alejaban para siempre o si el destino les mandaba a otros caminos, el siempre estaría ahí para ella, como su apoyo, como su todo incondicional. Nunca falló a ese juramento excepto cuando ella soltó la mano del poeta y se fue con otro.

Un martes el Poeta entró a una tienda a comprar un tabaco cuando escuchó la voz de ella a sus espaldas. Habían pasado algunos días sin verse desde aquella tarde de lágrimas y no se dieron cuenta de cuanta falta se hacían el uno al otro. Hablaron de todo un poco, el Poeta la acompañó a realizar unos papeleos y entre idas y venidas sus labios se volvieron a juntar. Ese día aclararon todo y se puede decir que formalizaron su relación. Querían vivir la vida juntos, tomados de las manos. Pero como sea, fue una decisión apresurada. Aun no había confianza.


Continuará...