viernes, 6 de mayo de 2011

La Diosa Coronada IV

Ese beso llevó al Poeta a una etapa de embriaguez. La Diosa Coronada reaccionó a la infidelidad con repulsión hacia el Poeta. La Diosa dejó de verlo por unos días, quería alejarse de aquel hombre que le hizo sentir cosquillas en el estomago con su beso. Tenía miedo. Tenía miedo de dejar una relación segura por un brochazo de pasión momentánea. Quería al Poeta, pero no estaba segura si ese hombre se iba a quedar a su lado para siempre. En el tiempo compartido con el Poeta ella encontró un hombre esquivo, callado de muchas maneras, misterioso, escurridizo. La Diosa pensaba que ella era una mujer más en el juego que el realizaba con tantas otras. No lo era, ella era la única. Por eso la Diosa no dejó a su actual novio por el Poeta. Sentía que el Poeta vivía en un mundo más intangible. No lo veía preparado para una relación formal, todo lo contrario, lo veía como una persona para vivir el momento fugaz de la felicidad del amor. Pero a la vez entendió que no podía compartir sus sentimientos a dos personas. Por un lado su novio pedía toda la atención de ella, mientras la Diosa volaba en los recuerdos del Poeta y se dejaba llevar a la blanca superficie de las canciones que algún día él le hizo escuchar. Y por otro lado se encontraba el mismo Poeta, pidiendo más de ella. No quería compartirla, no quería ser el otro, no quería ser una sombra en la vida de ella, quería ser todo lo contrario de lo que un día fue con otras. Fue por esos motivos que la Diosa se alejó del Poeta por unos días e intentó retomar su relación, pero no se dio cuenta de cuan profundo había penetrado el Poeta en su corazón hasta una noche en que sintió que él estaba de pie junto a su cama. El Poeta tenía una mirada de angustia, de desesperación y a la vez de alegría. Se encontraba ahí para poder verla. No la había visto una semana y fuel tiempo suficiente para extrañarla. Se plasmó en el astral solo para verla dormir, sin querer y sin querer la Diosa lo vio junto a su cama. Ella también lo echaba de menos.

Volvió a verse con el Poeta, pero esta vez era diferente. Sentía una atracción más fuerte, pero su moralidad hizo que las estrategias del Poeta por volver a besarla fallaran y así lo hizo por un tiempo. Quería que el Poeta entienda que ella ya no lo besaría de nuevo, que solo serían amigos y que el primer beso que se dieron sería el último. No duro mucho aquel rechazo. La insistencia del Poeta la llevó a la locura de los besos y los abrazos. Se empezaron a querer. Pero había algo que los separaba siempre, el novio. Para el Poeta, el novio era la sombra en la vida de la Diosa, y habría dado cualquier cosa por separarlos, pero solo esperó a que el tiempo hiciera lo suyo.

El Poeta no conocía la casa de la Diosa Coronada. Sabía que vivía con su padre que era doctor y con su hermano mayor. Ella le había contado que al ser la única mujer de la casa llevaba una pequeña responsabilidad en los quehaceres domésticos y que cuando fallaba en alguno recibía un sermón por parte de ambos. Se sentía acorralada por aquellos dos hombres que no valoraban el sacrificio de llevar una casa. Es por eso que ella encontró en el Poeta un apoyo y un consuelo con sus palabras y poemas, donde era ella la única protagonista.

Fue en enero cuando el Poeta entró a la casa de ella. Era un departamento grande. En la entrada se encontraba un corredor que llevaba a la sala y las tres habitaciones. La sala era grande y tenía una gran librería con libros de medicina y al otro extremo del corredor se encontraban las habitaciones. Lo que más le gusto al Poeta de la sala eran las grandes ventanas que daban a la sala. Desde ahí se podía ver a la gente y las sombras de los árboles le daban un toque melancólico. Era mediodía cuando llegaron. Nadie se encontraba en la casa. Pero el Poeta percibió un aura de otro tiempo. Cuando se encontraba con la Diosa Coronada trataba de llevarla lejos de los recuerdos de aquel novio, pero esta vez se dio cuenta que aquel novio había tocado aquella casa con sus pies mucho antes que el Poeta. Se sentía en terreno desconocido. No concebía que aquel ser extraño hubiera estado ahí antes. No concebía que él haya compartido tiempo con el padre y el hermano de ella. Pero era la verdad. El Poeta era el otro y el novio era eso, el novio oficial. Pero el Poeta se sentía como el novio oficial, o por lo menos eso llegó a ser con los amigos en común de ambos. Era el Poeta el que siempre estaba con ella, quien le daba su apoyo incondicional, quien nunca le soltó la mano. Sus amigos siempre los veían juntos. Pero las ocasiones más tristes para el Poeta era cuando la Diosa Coronada soltaba su mano y acudía a la mano del novio para aparentar ser una novia perfecta. Eran en esas ocasiones que el Poeta no podía evitar los celos. Se sentía morir y se sentía engañado en su propia cara. Fue esa época en la cual encontró una manera absurda de encontrar a la Diosa en lugares donde no podía estar. Empezó a ir a los bares con los amigos. Buscaba llegar a hablar de ella, a echar por la lengua todo lo que el corazón le reprimía. Quería contar sus penas y sus mayores alegrías. Quería hablar de ella y glorificarla pese a todo. Buscaba su aroma, su voz, su esencia y conseguía encontrarla en los remotos recuerdos de la embriaguez.