domingo, 29 de agosto de 2010

Mi Sueño


Eran las 14:30pm cuando llegue a mi casa. Me encontraba en un estado de embriaguez que se había convertido en un estado típico en mí desde hace más de dos meses, era una salida dulce al dolor, que irónico. Abrí la puerta, entre y miré en la sala con una figura negra que se desvanecía y se reacia, adquiría colores violetas, amarillos, y su sombra gris formaba cabellos largos. Seguí mi camino por las escaleras hasta encontrar mi habitación, me acosté, cerré los ojos y solo me deje llevar en un remolino de sentimientos.

Cuando intenté abrir mis ojos mis parpados se comportaron pesados y cuando logré abrirlos me encontré en aquel departamento que tantas tardes hermosas me brindó. Pero estaba diferente. Me encontraba en la entrada principal, a mi izquierda antes había una pequeña biblioteca y ahora solo quedaba vestigios de abandono y polvo. Pasando la biblioteca se encontraba la sala que ahora solo era un espacio blanco con una gran ventana que dejaba entrar el sol de la tarde y el aroma fresco de los arboles que brindaban un contraste con su alta sombra.

Llegué a la cocina. Sabía que no había nada, pero era el recuerdo lo que me hacia andar y en cada lugar se repetía una historia lejana. Camine por el gran pasillo que llevaba a las habitaciones, no entre a ninguna a espiar, iba directo a la que me interesaba. Mis pasos eran lentos y sobre mis pies la madera del suelo sonaba dando alerta de mi posición. Camine confiado de ser libre en aquel momento pero cuando estaba por entrar escuche su voz que decía –no entres, aun no acabo de arreglar.

¿Cómo podía estar ella ahí? Me quede inmóvil pero me decidí a entrar para encontrarme con paredes vacías, pero me encontré con una habitación iluminada por la tarde, con una cortina blanca en la gran ventana. La cama se encontraba en el mismo lugar de siempre, a su lado un pequeño sofá con ropa, libros e incluso un peluche. A la derecha de la puerta se encontraba el armario que nunca se abrió en mi presencia. Todo era real, era tangible y ella se encontraba frente al espejo, se ponía crema y de reojo me miraba en el reflejo del espejo, me sonreía, me lanzaba besos y yo volví a sentir aquella paz, aquella firmeza incondicional, me volví a sentir vivo. Caminé lentamente hacia ella mientras me decía – te dije que no entres, necio, a lo que yo le contesté – es que me moría por verte y abrazarte, y fue cuando me aproximé a su aroma y todo fue confuso desde entonces. La abrace, me abrazó, nos besamos eternamente y terminamos bailando en la cama de ella hasta que los dos cerramos los ojos. Cuando los abrí, me encontraba en el mismo cuarto, pero estaba de pie en la mitad de la nada, sus cosas habían desaparecido, igual que en el resto del departamento, ya no había nada y el sol que tan alegremente me había acompañado dejaba paso a la noche.

Antes de que la luna desplace su oscuridad por completo moví mis pies por el piso, triste y melancólico, dejando un pequeño rastro de agua tras mis pisadas frágiles. Llegué a la puerta, y antes de salir por ella y abrir mis verdaderos ojos para cerrar los ojos del alma, mire a aquel espacio y vi como aquella figura que apareció en mi casa volvía a aparecer entre las habitaciones, restregándome sus colores. Di un paso hacia adelante, cerré mis ojos para volver a abrirlos en la oscuridad de mi habitación, con la figura de ella danzando a mí alrededor.