jueves, 13 de agosto de 2009

Un Cuento Que No Viene A Nada V




Te escucho en soledad
buscándote donde no estás.

Trato de enganchar tu mirada,
contemplarla en la oscuridad,
te quiero.

Eran los primeros poemas que Paula recibió en la escuela. El autor no dejo nombre y hacia todo lo posible por dejar rastros de su presencia en los poemas, pero aprendió a reconocerlo entre la multitud.

Lo había reconocido por las constantes miradas que él le echaba en clases, un poco tímido pensó pero en su vida actual tenia tantos problemas arraigados que pensar en un amor infantil le era inoportuno. También creyó que él tenía tanto amor por entregarle y ella no se veía en la posición de poder recibir tanto amor, un amor muy grande.

Era tan altiva a su edad y tan llevada que tenía relación con mucha gente, niños de su edad, pero como si fuera una anciana, confundía sus caras, las mezclaba con otras y confundía recuerdos.

Cuando regreso de las vacaciones de verano ya no vio a su pretendiente anónimo que para ese entonces se marchaba en un largo viaje. Le causo la sensación que aquel niño tímido, un poco brillante y despabilado volvería a aparecer en su vida, sabía que él la quería tan profundamente que tarde o temprano se verían las caras.

Pasó un largo tiempo y la vida de ella cada vez iba en una decadencia pobre. Sus problemas familia se mezclaban con los del amor, siempre había una relación que era traicionada por la familia y en más de una ocasión le dijo a su amiga que su padre la maltrataba fuertemente y la encerraba en la terraza de la casa a pasar las noches.

También sus notas en la escuela sufrieron un descenso y eso produjo que se repitiera un curso. Había perdido las riendas de la vida, llevaba una desorganización total y en su ambiente revolucionario de niña adolecente llevaba siempre la ideología de ser una chica poco entendida, problemática y ambiciosa.

Con los años su vida fue de fiesta en fiesta, empezando a tomar y a los 17 años le conto a un amigo que se había convertido en alcohólica y que solía beber semanas enteras sin parar.

En una fiesta ella reconoció la mirada tímida que la veía a lo lejos, como de antes. Esta mirada la buscaba con constancia y ella con el paso del tiempo no supo darle cara a esa persona, la cara la tenía por supuesto, pero la confundía con algo nubloso, soleado, en una mezcla de luna y sol.

Él se le acerco tímidamente con un gesto de soltura natural y le dijo al con mucha claridad “me he enamorado una sola vez de una mujer en mi vida y esa eres tú”.

Ella lo reconoció al paso y se entablo una conversación ligera, amena y graciosa.

Desde que el llego habían concurrido en conciertos, estuvieron muy cerca el uno al otro pero nunca se vieron. Sus destinos habían estado unidos profundamente, pero ella solo veía a un amigo. Un amigo que cambio por completo; más maduro, interesante y pensante.

Pero era solo eso, un amigo. Estaba en mitad de una relación por terminar pues los chismes le dijeron que su hermana mayor estaba también con aquel chico.

La aparición de su antiguo pretendiente le causo profunda serenidad y en una cita que tuvieron ella le enseño los poemas que guardo de él, como un recuerdo de alguien misterioso y querido, pero no tan misterioso porque sabía quién era el autor.

Ella supuso que él sería ahora un gran poeta, pero él le mintió diciendo que solo escribía para ella, pero era tan grande su mentira que por su mente cruzaron los mil poemas escritos para diferentes amores de olvido.

Cuando Jorge conoció a su amor de años atrás se dio cuenta que ella era ahora un espejismo, ya no era una niña hermosa, pero aun así la amaba, pero no estaba claro si amaba su pasada silueta o su nueva belleza madura.

Después de muchos años resumidos de sus relatos Jorge acallo ante la mirada atónita de Carla y este le dijo que aún faltaba más, faltaba quitarle el velo a la viuda.

Continuara…