domingo, 23 de enero de 2011

Soñé con Macondo.

Soñé con Macondo. Soñé que recorría sus calles calorosas y que mujeres traídas de Francia me invitaban a sus escondites de amor. También pasé por un cementerio que olía a pólvora y vi como unos soldados bajaban sus armas y se unían al Coronel Aureliano Buendía para luchar por el partido liberal y en el aire una gran sábana blanca subía al cielo junto a Remedios, la bella.

La plaza estaba llena de puestos de fritangas, la gente iba y venía y el tren de las once llegaba con un gringo dispuesto a plantar banano y convertir a Macondo en un desierto. Soñé con Macondo y vi como el tiempo daba vueltas en un círculo vicioso que Melquiades junto con los gitanos armaban las carpas y ponían a disposición de los habitantes de Macondo objetos encantados como la estera voladora y un sin número de objetos que José Arcadio Buendía se atrevió a confundir un bloque de hielo con el diamante más grande del mundo.

El tiempo volvió a sacudirme y me encontré en una de las parrandas de Aureliano Segundo. Estaba bañándose en Champaña y las vacas eran sacrificadas mientras gritaba “apártense vacas que la vida es corta”. Se oscureció y me encontré en la casa de los Buendía, con las begonias y las paredes de cal y el castaño en donde José Arcadio Buendía pasó largo tiempo. El fantasma de Prudencio Aguilar había venido a buscarlo, pero ya no lo encontró y se fue con su soledad a molestar a otro lado, quizás junto con Melquiades. El Coronel Aureliano Buendía se acerca y ve pasar el circo. Viene con su manta vieja y con los ojos apagados por la soledad, presenciaré su muerte.