domingo, 5 de junio de 2011

La Diosa Coronada VI

Aquellas dos semanas fueron de sueño. La Diosa Coronada conoció la casa del Poeta. Era la primera vez que el Poeta llevaba a alguien a la luz del día y no la escondía en la oscuridad de la noche para no levantar los malos pensamientos de los ojos invisibles de las ventanas vecinas. Fueron en aquella visita en la cual el calor de la tarde se despejaba con los besos eternos de los amantes que algún día fueron desconocidos. En el lecho del amor, el Poeta le pidió la rosa que le había dado aquel día. Ella, hermosa y aturdida se la dio. Sutilmente el Poeta la recostó en la cama y con la rosa la fue desvistiendo de todo prejuicio social, banal y encontró una desnudez perfecta y la Diosa también lo encontró. Se encontraron el uno al otro en una tarde única y fugaz, una tarde que por lo menos perduraría en la memoria del Poeta el tiempo suficiente como para ser el mejor recuerdo del amor.

Y el Poeta también llegó a la casa de la Diosa. No llegó como el novio oficial, sino como el amigo incondicional. Fue una decisión de los dos. Era marzo y las lluvias de abril llegaron a la ciudad y el sol se ocultó por una semana. Fue en la casa de la Diosa donde el Poeta encontró el refugio para las tardes de lluvia, para olvidarse del frio y encontrar aquellos abrazos llenos de amor en aquella habitación de paredes blancas que se encontraban empapeladas con algunos dibujos y cuadros hechos por ella. La gran ventana de su habitación amplificaba el sonido de la lluvia amortiguando el sonido de los amantes por tres días consecutivos en donde el amor se despejaba del cuerpo y las horas se perdían en aquellas miradas, abrazos, besos, en la desnudez de la sinceridad. – El tiempo pasa volando contigo – le dijo el Poeta en aquellas tardes mientras se despedía con un beso y abría la puerta de la casa para ver empezar la noche. Para el Poeta, ver empezar la noche sin ella le hizo tomar otra decisión; algún día verían empezar la tarde, llegar la noche y despertarse con el amanecer. Eso era lo que el Poeta más quería, ver un amanecer con ella, despertar y que sus ojos la vean aun dormida y mientras dormía besarle la frente. Algún día lo haría.

Lo último que quería la Diosa Coronada después de haber tenido una traición era esperar una de la persona que decía quererla con locura. Fue un lunes, aun en las lluvias de abril. Era temprano, el aire en el ambiente se encontraba frio así que el Poeta decidió cambiar su camino y se fue a comprar cigarrillos para calmar el frio. Se encontró con el último amor pasajero que había tenido antes de que la Diosa Coronada llegue a su vida. Pero este amor tenía una particularidad, a diferencia de otros amores, este amor había conocido el círculo social del Poeta. Se saludaron y cada uno se sorprendió por el encuentro inesperado. Dio la casualidad de que tenían que dirigirse al mismo sitio y decidieron ir juntos. Hacía frio y el Poeta le abrazaba de vez en cuando para brindarle un poco de aquel calor corporal, pero nada más. Cuando se despidieron el Poeta fue a ver a la Diosa Coronada. Fueron a desayunar. Después se encontraron con los amigos. Una amiga en común de los dos la llevó a hablar en privado. Cuando regresaron la Diosa era otra. Simplemente se despidió de todos y se fue.

Fueron dos días en los cuales la Diosa no respondía sus llamadas y el Poeta ya no la encontraba en los lugares que la solía encontrar. El Poeta desconocía el motivo por el cual ella se esfumó y soltó su mano. Al tercer día un amigo le comentó que había llegado a la Diosa Coronada el rumor de que el Poeta frecuentaba a otra mujer la cual solía ver los lunes por la mañana.

Lo malinterpretaron todo mal. Aquella amiga que llevó a la Diosa a conversar en privado había visto al Poeta el lunes de lluvia. Lo vio acompañado de aquella mujer inconfundible y había visto como el Poeta la abrazaba. También le contó que solían verse todos los lunes en la mañana y que si la Diosa quería podía verlos por ella misma los lunes en la mañana.

Lo que menos quería la Diosa Coronada era caer de tonta por segunda vez y con aquel relato tomó la decisión de alejarse del Poeta. No quería verlo, no quería oírlo, la ira se invadió de ella y se reclamó así misma por haber caído en la jugada de palabras, letras, besos y caricias de aquel hombre que lo único que quería era enamorarla para poder jugar con ella. Era lo que pensaba, conocía los antecedentes del Poeta y no dudaba en que el rumor sea cierto.

Cuando el Poeta consiguió hablar con la Diosa Coronada solo consiguió la confirmación de lo que él ya sospechaba. Se había terminado su relación y aunque el Poeta le dio la explicación del mal entendido la Diosa Coronada resolvió dar por terminado todo diciendo que de igual manera ella no confiaba en él y que no puede haber una relación sin confianza.

Fue una puñalada para el Poeta. Regresó con más frecuencia a los bares. En la embriaguez se preguntaba porque la relación se perdió. ¿En qué momento ella dejó de confiar en él? Se reprochaba haber sido tan tonto como para dejarse ver y a la vez se decía que él también podía tener amigas así como ella tenía sus amigos invisibles. No se dio cuenta hasta muy tarde de que había caído en el juego de ella. En un juego donde ella ponía los errores a su favor, un juego donde la madurez, según ella, era fundamental entre dos personas y en este caso ella era la madura y el Poeta un chico inmaduro que no sabía que quería hacer de su vida.