viernes, 19 de agosto de 2011

Memorias


Aun lo recuerdo. La ciudad estaba cubierta por un manto de nubes típicos de abril. Hacía frio. Salí temprano de la universidad y con un grupo de amigos decidimos ir a un bar. Cervezas iban y venían y mi corazón se revolucionó con el aroma perdido de ella. La lluvia continuaba con su incontable ruido en las calles y mi vista solo se perdía en la entrada de aquel bar, esperando a que ella llegue a rescatarme con su sonrisa, pero no llegó. Ella se encontraba en su curso de inglés y era imposible que apareciera.

Serían las tres y media cuando salimos del bar, todos estábamos un poco mal por el alcohol y otros olíamos a cigarrillo por el ambiente encerrado. Cada uno partió para su respectivo hogar y yo, no quería irme. Quería quedarme ahí, esperándola. Lo único que se me ocurrió para verla fue llamarla. Me dijo que estaba regresando a su casa y que si quería podíamos vernos ahí. Sin dudarlo fui. Tenía la esperanza de que en el camino el olor y la embriaguez me dejaran y poder llegar presentable, pero me fue imposible. Cuando llegué y ella me abrió la puerta su primera reacción al verme no fue sorpresa para mi. Reconoció al instante mi olor y mi cara de borracho. Por lo general cuando iba a visitarla solo me recibía en la sala de su casa pero aquella vez me llevó de la mano a su cuarto.

Al lado de su cuarto se encontraba un sillón para una sola persona en el cual me dijo que me siente – ojala que ya te pase esa borrachera que tienes - me dijo. Yo solo la veía. Aquella vez se había echo un peinado diferente y no pude evitar mirarla con ternura. Ella se dio cuenta – hoy no va a pasar nada – me dijo. Le dije que tampoco quería que pase nada, que me conformaba con mirarla. Seguía haciendo frio en la calle. Me levanté de mi sitio y me senté a su lado, cogí su mano, la bese y le pedí un abrazo de aquellos que uno necesita cuando se siente solo. Nos encontramos y volvimos a los besos que una vez fueron nuestros. Cuando reaccioné mis besos ya estaban por su cuello y las manos de ella me empezaron a quitar la camiseta y poco a poco nuestras ropas fueron quedando por el suelo y nuestros cuerpos se empezaron a cubrir con los mantos de su cama. Observé sus pechos desnudos con mis dedos y los reconocí con mis labios. Me sentí libre de amarla, de besarla y de abrazarla y me importó una mierda la desnudez de nuestros cuerpos. Nunca olvidaré los besos que le di en la frente y nunca olvidaré los “te quiero” que le dije y los que ella me dijo. Nos amamos por aquella tarde, o por lo menos yo la amé.

Se hizo de tarde y mientras recogía mi ropa más me abrazaba, invitándome a recostarme a su lado. Quería hacerlo, quería quedarme aquella noche en su casa, en su cama, a su lado, abrazarla y decirle que si algo quería en la vida era pasar días así, a su lado, afrontando los fríos de la ciudad, juntos. Pero aquella vez no se podía, ella no vivía sola y los otros ocupantes de la casa estaban por regresar. Cuando conseguí salir de sus hermosos abrazos y salir de su casa como un ladrón sin hacer mucho ruido descubrí cuanta falta ya me hacía. En el camino a mi casa encontré su aroma en mi piel y el olor de sus besos en mi rostro y el olor de su cuerpo mezclado con el olor de su cuerpo en mi mente.

Ahora, ha vuelto a llover, ha pasado más de un año desde aquella vez en donde la lluvia nos acompañó en la tarde, y aunque su olor y su recuerdo se hizo más presente en mi memoria gracias a la ayuda de ella y de otras tardes inconfundibles en donde combatimos la soledad, su olor y su recuerdo cada vez se van borrando, de a poco. Pero en las tardes de lluvia como hoy, se hacen más presentes y su olor y su recuerdo regresan, esperando que ella regrese.

2 comentarios:

EvaBSanZ dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
EvaBSanZ dijo...

Buena historia.

Saludos